La carabela y el boulevard
En mi ciudad natal, allá por los años 60, todo era simple.
Cadencioso. Inocente.
Una ciudad joven, de calles de tierra y pasos lentos.
Vivía en un boulevard polvoriento, con un cantero central donde se apreciaban varias palmeras por cuadra… se erguía el trópico en plena pampa.
Ese verano, el tedio tenía gusto a siesta larga y sombra tibia.
Y en medio de esa modorra inventé una hazaña:
con las bases gruesas de las ramas secas de algunas palmeras, construí mi carabela de Colón.
Y no era un juego cualquiera…era empresa, era epopeya.
Le puse mástil firme, velas blancas con cruces rojas de Malta, sogas de piolín de barrilete como escaleras,
una rueda de madera que hacía de timón, bien plantada en la popa,
y tallé con navaja, en esa madera blanda, las ventanitas del camarote del almirante.
A los lados, como debía ser, estribor y babor…una fila baja: las escotillas de los marineros.
Arriba, hecha con palitos de paraíso, una batería de cañones siempre lista..por si los enemigos aparecían por sorpresa.
Ahhh… ¡qué mundo infinito era ese en el que vivía!
Todo cabía en mi carabela ..el mar, el viento, el horizonte, y esa fe silenciosa que tienen los chicos,
cuando el juego no es juego…sino un espacio sagrado …un ritual.