Entre el Cielo y la Palabra
Hay algo en las ciencias humanas que siempre se nos escapa. Por muchas teorías, leyes y métodos que creemos, hay una parte del ser humano que permanece como un soplo: inalcanzable, misteriosa, silenciosa. Las ciencias humanas, en esencia, no son un conjunto de fórmulas ni un catálogo de certezas: son un camino.
Sus fundamentos son estructurantes, sí, pero nunca inmutables. Se nutren del diálogo constante con la historia, la cultura y la experiencia. El ser humano que observamos hoy no es el mismo que ayer, y ciertamente no será el mismo mañana. Por lo tanto, nuestras leyes son, ante todo, puentes: entre el pasado y el futuro, el individuo y la sociedad, el sentido y la existencia.
Y, sin embargo, al margen del ámbito académico, existen otros caminos, puentes o mapas. Entre ellos, la astrología: antigua, rechazada por muchos, pero vibrante. No es ciencia, no en sentido estricto, y quizás nunca deba serlo. Pero sería ingenuo negar la profundidad simbólica que conlleva. Al interpretar las cartas astrales, no se trata de hacer predicciones frías, sino de buscar la comprensión de la singularidad por medio de narrativas: historias entrelazadas entre arquetipos, ritmos celestiales y búsquedas humanas.
En este sentido, la astrología funciona como un puente arquetípico: conecta lo personal con lo colectivo, el instante con la eternidad, lo íntimo con lo cósmico. No para determinar destinos, sino para sugerir significados. Al igual que la literatura, el arte y la mitología, nos recuerda que los humanos vivimos de símbolos y que comprender la humanidad también requiere escuchar sus lenguajes más sutiles.
Quizás, entonces, sea hora de repensar nuestros límites. No para disolverlos, sino para hacerlos más porosos. Porque las ciencias humanas no se nutren solo de datos y modelos; se nutren de historias, recuerdos, mitos y sueños. La ciencia es necesaria, pero el significado es inevitable.
Ojalá que estas ideas resuenen como una invitación: no a la adhesión ciega, ni a la negación automática, sino a la escucha. Que dialoguemos con el conocimiento ancestral sin temor a perder su rigor, y con el nuevo conocimiento sin miedo a perder el alma.
Porque comprender a la humanidad …en su complejidad, diversidad y profundidad de significado, quizás nos obligue a aprender, una vez más, a mirar hacia arriba.