Experiencia del Alma
A menudo, mientras contemplo el ir y venir de este mundo efímero, me descubro a mí mismo como un viajero extraviado en tierras extrañas. Un alma antigua, arrojada al bullicio de lo material, que observa con ojos melancólicos el teatro de la existencia.
Me invade entonces una nostalgia profunda. No por lugares ni por personas, sino por aquel hogar invisible, esa morada perdida que no está en ningún mapa. Un reino de silencio, de claridad, de pureza; donde el ser no necesita palabras ni máscaras, y donde todo simplemente es.
Cuando la angustia de la separación me oprime, cierro los ojos. Inspiro con lentitud. Y en ese soplo, mi memoria despierta. Recuerdo que no soy este cuerpo que envejece, ni estas circunstancias pasajeras. Recuerdo que soy esencia, chispa de lo eterno.
Y así, retorno. Cruzo el umbral invisible hacia mi santuario interior. Allí, donde el rumor del mundo no llega, me reencuentro con la paz serena, con la luz inmutable y con aquello que muchos llaman El Divino, pero que es, en verdad, el propio corazón del universo… y el mío.