Holismo en la academia.
A través de los tiempos, la humanidad fue tejiéndose a sí misma como un manto infinito, hecho de hilos que nacían tanto del pulso incesante de la vida como de la voz secreta del propio imaginario.
Franz Boas nos enseñó que las culturas son espejos de mundos interiores, irrepetibles en su forma, pero hermanadas por el latido humano que las anima. Glynn Custred, con mirada de puente entre saberes, mostró cómo los pueblos inventan sus símbolos y los transforman en brújulas para orientarse en la vastedad del existir.
David Parkin recordó que las palabras y los gestos son llaves de universos enteros, y que en cada relato se dibuja un mapa del alma colectiva. Stanley Ulijaszek, observando el cuerpo, la nutrición y la biología, reveló que la vida material es también un lenguaje que moldea quiénes somos y cómo soñamos. Y Jan Smuts, con su visión holística, abrazó la idea de que cada parte del ser humano —cuerpo, mente, espíritu— es inseparable de un todo mayor, que se expresa en la armonía o el conflicto de nuestras creaciones.
Así, la humanidad …múltiple y universal por naturaleza, fue aprendiendo a usar todo recurso, visible o invisible, como herramienta para narrarse y reinventarse. Lo que surgía del hambre o del frío se convertía en técnica; lo que nacía del misterio o del asombro, en arte o en mito. En este juego incesante entre lo concreto y lo imaginario, entre la necesidad y el símbolo, nos fuimos reconociendo como los únicos animales que habitan un universo de significados …aquello que solemos llamar cultura… y que, en ese territorio invisible, encontramos tanto nuestra fragilidad como nuestra fuerza.
Ser humanos es vivir en múltiples planos a la vez: cuerpo y alma, memoria y deseo, símbolo e historia… somos seres sensibles en busca de sentido, somos holísticos.