En el momento del nacimiento, mucho más de lo que es perceptible a simple vista, se encuentran presentes e impactando profundamente en nuestra existencia, informaciones poderosas aunque invisibles.
Cada individuo es una entidad única, ¿alberga alguien alguna duda acerca de esta singularidad? Para que esta individualidad se materialice, una multitud de influencias, sí, influencias en forma de información, intervienen. Estas influencias provienen de todas las experiencias de vida de los padres del niño que está a punto de nacer. A su vez, los padres transmiten las influencias de sus respectivos antecesores, y así sucesivamente, retrocediendo en el tiempo hasta el inicio mismo de la vida en este planeta. Las influencias que cada padre y madre lega a su nuevo hijo son una transmisión silenciosa, constante, que estructura y define los rasgos biológicos, psicológicos y conductuales de manera sutil pero significativa, a través de la genética y la epigenética.
El ser humano, antes de ser reconocido como tal en el mundo humano, posee una dimensión sutil que precede su existencia como humano. Esto nos lleva a afirmar que somos seres espirituales que, de vez en cuando, emergemos en el mundo humano gracias, relativamente en parte, a la unión de nuestros padres. Así pues, existen dos niveles de singularidad: uno en el ámbito biológico-humano, ya que ninguno de nuestros ancestros posee la misma combinación de influencias, la misma mezcla que nosotros llevamos, a excepción de los gemelos idénticos, cuyas influencias humanas son idénticas desde el inicio de la concepción. El otro nivel es más sutil, lo que algunos podrían denominar “lo espiritual” o la esencia del ser. Esta esencia no es otra cosa que el conjunto de influencias de vidas ya vividas en épocas pasadas de la experiencia humana, que dieron forma a los rasgos profundos de nuestra verdadera identidad y que continúan a lo largo de las eras.
Por lo tanto, la herencia biológica se deriva de nuestros antecesores y de otros seres humanos de ambas familias que aportan el patrimonio genético, mientras que la auto-herencia proviene de la vivencia propia de nuestra esencia o espíritu a lo largo de vidas previas. De ahí que a menudo menciono que somos dueños de cuatro bibliotecas: las dos primeras corresponden a las influencias heredadas de nuestros padres, y la tercera es toda la información epigenética que se suma a las dos anteriores durante el proceso de gestación de cada ser humano. Durante este proceso, el alma en formación se impregna de información familiar, idioma, emociones maternas, las voces de los miembros de la familia, la felicidad y la ansiedad; en resumen, se familiariza con su nuevo entorno. Por tanto, las dos primeras bibliotecas nos revelan nuestra trayectoria y nuestro origen, la tercera biblioteca nos explica el destino al que llegamos, pero ninguna de ellas revela la verdadera esencia de quiénes somos.
En este punto, cobra sentido la carta natal, ya que en su representación celeste, se encuentran simbólicamente sintetizadas todas las experiencias vividas por el ser en encarnaciones previas. Si bien el mapa genético nos proporciona información sobre nuestro patrimonio biológico, la carta natal nos desvela nuestro propio patrimonio esencial. Por esto, suelo presentarla como un “pasaporte” que nos sirve para ingresar a esta vida. En ella se encuentra explicada la naturaleza de nuestras experiencias pasadas, con sus deudas y créditos, tendencias y cualidades que se manifiestan desde el primer aliento. Esto nos permite ser conscientes, como padres o tutores, de las necesidades particulares, gustos y peculiaridades de la nueva personita que ha llegado.
Con la carta natal, es posible saber, desde el primer momento, si un bebé tiende a ser serio, silencioso o expresivo, si es especialmente sensible, adherente o determinado y exigente, y mucho más. ¿Cómo es esto posible? Porque justamente en ese concepto trascendental que se muestra simbólicamente en el diagrama de la carta natal, se encuentra la síntesis de las vivencias de otras vidas que aunque latentes ellas están presentes. Esta síntesis que podemos “leer” desde los símbolos astrológicos, se basan en los fundamentos teóricos acumulados sistemáticamente por la experiencia empírica de los astrólogos aplicados que nos precedieron a lo largo de miles de años y que gracias a ellos tenemos la base que sustentan nuestra lectura.