Una persona joven, consultante que al final de una larga sesión astrológica, miró hacia arriba, como quien busca orientación. Ví en sus ojos una inquietud silenciosa, una sed de comprensión que parecía correr a través de las estrellas. Ella preguntó, con voz tranquila: cuáles serían las dos tareas que la llevarían a su pleno florecimiento.
Sin dudarlo, mi mente volvió a mis veinte años de largas reflexiones, al tiempo en que las estrellas ya eran mis confidentes y orientadoras.
‘Servir más y amar mejor’, dije sonriendo, con la convicción de quien busca, con los ojos vendados, las perlas de la sabiduría entre las arenas del tiempo. Estas palabras, resultado de años de mucha meditación, resonaron como un mantra…aprendidos con H Hesse, K Gibran, R Tagore… revelando los secretos que conectan a los seres humanos con el universo”.
Amar mejor es como fundir y amalgamar buenos sentimientos y voluntad….
En la inmensidad de la experiencia humana, el amor se destaca como una fuerza fundamental e inmutable. Es el aliento que dá sentido a nuestro viaje, el elixir que nutre nuestra salud emocional y la piedra angular que sostiene nuestras relaciones.
La búsqueda incesante del amor, no con superficialidad, sino cada vez con mayor profundidad, es un llamado a la propia superación. Es una invitación a ser mejores seres humanos, capaces de desentrañar los misterios del corazón y abrazar la autenticidad que vive en nuestro interior.
En el corazón de este proceso está el autoconocimiento, el viaje hacia una comprensión más profunda de nuestra propia esencia. Sólo cuando nos conocemos verdaderamente a nosotros mismos, cuando abrazamos los rincones más profundos de nuestra alma con empatía y compasión, podemos comenzar a amar a los demás de una manera más plena y significativa.
La comunicación, sabia y sensible, se convierte en una herramienta preciosa en esta búsqueda. La capacidad de expresar nuestros sentimientos con claridad y escuchar a los demás con atención reverente es un don que realza nuestro amor. Es el lenguaje del corazón que nos permite construir relaciones sólidas y saludables.
En el camino hacia amar cada vez mejor, descubrimos que la aceptación es la llave maestra. Es el portal que nos permite trascender las imperfecciones y abrazar las diferencias, tanto en nosotros mismos como en los demás. El amor incondicional florece cuando dejamos de juzgar y empezamos a aceptar, cuando dejamos de rechazar y empezamos a abrazar.
Buscar relaciones auténticas y significativas se convierte en una misión noble y gratificante. En nuestro viaje, encontramos almas afines que enriquecen nuestras vidas y nos ofrecen un espejo de nuestras propias profundidades. Las relaciones de calidad son un tesoro que llena nuestro corazón de alegría y significado.
Y, en el epicentro de todo esto, se encuentra el cultivo del amor propio. Amarse a uno mismo es la piedra angular, la base que sustenta nuestra capacidad de amar a los demás. Es un proceso continuo, un viaje de autodescubrimiento y autocompasión que da forma a nuestra capacidad de amar y ser amados.
Así, la búsqueda de amar cada vez mejor no es sólo una búsqueda de relaciones más satisfactorias, sino un viaje hacia nuestra propia trascendencia. Es un llamado a convertirnos en seres humanos que comprenden las profundidades del amor, a abrazar la empatía, la compasión, la aceptación y el amor propio como los pilares que sustentan la riqueza de nuestra existencia.
Y servir más la veo como una danza generosa de las almas…
En el gran escenario de la vida, la nobleza se revela en el arte del servicio, donde el dador y el receptor entrelazan sus destinos en una danza mágica. Es un testimonio de nuestra unidad, una manifestación de nuestra responsabilidad como seres interconectados en este vasto tapiz de la humanidad.
En el acto de servir, somos arquitectos del bienestar colectivo, constructores de puentes que conectan corazones y mentes. Contribuimos a la sinfonía de la sociedad, elevándola a un tono más puro y armonioso. Cada acto de servicio es una nota en la melodía de la humanidad, una oración silenciosa que resuena a través de los siglos.
En este viaje, no sólo nos acercamos a los demás, sino también a nosotros mismos. El acto de servicio es un espejo que refleja nuestro crecimiento personal, un espejo que nos revela en las historias de los demás. Al ofrecer nuestras manos, descubrimos dentro de nosotros las semillas de la empatía, la compasión y la gratitud, que brotan como flores raras en nuestro jardín interior.
Y en las relaciones que forjamos en esta danza sagrada de servicio, encontramos una riqueza inconmensurable. Fortalecemos los lazos que nos unen, ya que el acto de servir es una manifestación de cuidado y apoyo, un testimonio de nuestra interdependencia. En nuestros gestos altruistas encontramos un terreno fértil para crear relaciones más profundas y significativas, donde el amor se despliega en su plenitud.
Pero, sobre todo, descubrimos que el servicio es un viaje hacia un propósito más profundo. En nuestras acciones benévolas encontramos un significado que trasciende las trivialidades de la vida cotidiana. Sentimos que estamos cumpliendo nuestra misión en la gran sinfonía de la existencia, y este sentimiento es un faro que ilumina nuestro camino.
En el servicio, no sólo tocamos los corazones de los demás, sino que también encendemos una chispa de inspiración. Al extender nuestras manos, invitamos a otros a hacer lo mismo. Creamos un ciclo de positividad que se esparce como chispas en una noche estrellada, un ciclo de solidaridad que une a la humanidad en un abrazo colectivo.
Y, al igual que las bendiciones derramadas, los actos de servicio regresan a nosotros en forma de equilibrio y felicidad. Los estudios y la experiencia de generaciones atestiguan que cuando servimos, nuestra propia satisfacción y plenitud florecen. En este “darse” desinteresado encontramos nuestra esencia más noble y experimentamos la verdadera alegría que reside en el corazón humano.
Por lo tanto, en esta danza de almas, el servicio no es sólo una acción, sino un acto de devoción, una expresión de nuestra humanidad más elevada. En cada gesto de amor compartido, en cada mano extendida, encontramos la verdadera riqueza de la vida, donde se revela la unidad y se cumple el propósito.